Tener conexión a Internet no significa estar conectado: el satélite garantiza fiabilidad y continuidad

El satélite elimina la dependencia del código postal: donde hay cielo, hay conexión, aseguran desde Serenae

La conectividad digital en España convive con una paradoja cada vez más evidente: acceder a Internet no implica necesariamente poder usarlo con normalidad. Aunque los mapas muestran un país ampliamente cubierto por redes terrestres, miles de usuarios viven cada día con caídas, saturaciones, lentitud o señales inestables que impiden teletrabajar, utilizar plataformas educativas o mantener un negocio digital operativo.

En este contexto, el Programa Único de Demanda Rural ha sido fundamental para ofrecer Internet satelital subvencionado en zonas con cobertura insuficiente. Sin embargo, poner el foco únicamente en estas áreas deja fuera a un número mucho mayor de hogares y profesionales que sí tienen fibra o 4G, pero no siempre les funciona.

Aunque el programa Único Demanda Rural busca acercar la conectividad a las zonas poco pobladas, cada mes cientos de miles de referencias catastrales quedan fuera de la subvención, a pesar de no disponer de internet terrestre de calidad real. Esta exclusión afecta directamente a quienes más necesitan conectarse: familias, estudiantes y trabajadores rurales que dependen de la red para su vida cotidiana. Es inaceptable que los criterios actuales de elegibilidad dejen fuera a quienes carecen de alternativas reales de conectividad a precios asequibles.

La conectividad satelital permite cubrir estas zonas desatendidas y garantizar que ningún hogar rural se quede desconectado. Sin embargo, revisar y adaptar los criterios de los programas de ayuda no es solo una cuestión técnica: es una cuestión de justicia y de igualdad digital. El acceso a internet de calidad debe ser un derecho para todos, y las políticas públicas deben evolucionar para asegurarlo. Es hora de que nadie se quede atrás por vivir donde la infraestructura terrestre no llega de la manera en que los ciudadanos la necesitan.

«Durante años hemos hablado del acceso, pero ahora el problema está en la fiabilidad», explica Vanessa Cota, Directora de Marketing y Experiencia del Cliente de Serenae. «Hay miles de viviendas, negocios y profesionales que sí tienen alguna tecnología terrestre, pero no siempre funciona. Y cuando la red no funciona, la vida digital se detiene».

La respuesta cuando lo terrestre falla: el satélite
En ese amplio espacio intermedio —»hay Internet, pero no siempre funciona»— es donde la conectividad satelital está ganando protagonismo como solución complementaria. No compite con la fibra o el 4G: los refuerza y garantiza continuidad allí donde las redes terrestres se vuelven inestables por la orografía, la meteorología o la saturación.

En pueblos, pedanías, urbanizaciones rurales, polígonos aislados o viviendas dispersas, los problemas se repiten: fibra que no llega a todas las calles, 4G intermitente, zonas donde la señal varía según el clima o localidades que colapsan en verano al duplicar su población. Para muchos usuarios, estas interrupciones no son puntuales: son el día a día.

La fiabilidad se ha convertido en el nuevo estándar de la vida conectada. Hoy no basta con disponer de una red: se necesita una que no falle. Por eso cada vez más hogares y pymes recurren al satélite, ya sea como conexión principal o como red de respaldo que garantiza continuidad cuando todo lo demás falla.

Servicios esenciales que no pueden caerse
Esta necesidad afecta tanto a actividades cotidianas como a servicios críticos. Una videollamada de trabajo, una clase online, un TPV en pleno cobro, un sistema IoT agrícola, una plataforma educativa o un servicio de telemedicina pueden quedar inutilizados con una simple caída de red. Cuando la infraestructura terrestre se satura o sufre un corte, el satélite sigue operativo porque no depende de antenas móviles ni de tendidos de fibra.

Esta independencia tecnológica permite asegurar teletrabajo estable, trámites administrativos sin interrupciones, vigilancia conectada, soluciones agrícolas de precisión y servicios empresariales basados en la nube, incluso en viviendas o negocios ubicados en zonas con cobertura teóricamente correcta.

Conectividad y despoblación: un binomio inseparable
La brecha digital —incluso cuando no es visible en los mapas— sigue siendo uno de los factores que más contribuyen a la despoblación. Sin una conexión fiable, los negocios pierden competitividad, el teletrabajo es inviable, los servicios esenciales se limitan y los municipios pequeños pierden capacidad de atraer y retener población joven.

«El satélite, dentro o fuera del Programa Único de Demanda Rural, acaba con la dependencia del código postal», destaca Vanessa Cota. «Donde hay cielo, hay conexión. Eso significa que cualquier pueblo, por pequeño que sea, puede ser un lugar real para vivir, trabajar y emprender».

Dos realidades, una misma solución
El satélite subvencionado a través del Programa Único de Demanda Rural cubre zonas sin cobertura adecuada. Pero existe otra realidad igual de relevante: miles de hogares y negocios que sí se encuentran en zonas provistas de fibra o 4G, pero no cubren las exigencias de la vida digital actual y cuando esas redes fallan, el satélite actúa como red de respaldo o alternativa permanente, independientemente de ayudas públicas.

Ambas opciones no se solapan: se complementan. Juntas permiten que cualquier hogar, negocio o administración pueda disponer de una conexión que funcione realmente.

Hacia un futuro rural conectado y viable
La digitalización del territorio ya no depende únicamente de grandes despliegues de fibra. Requiere soluciones rápidas, versátiles y resistentes a las limitaciones geográficas. En ese punto, la conectividad satelital no sustituye lo que existe: lo refuerza. Protege a los usuarios de imprevistos, evita que una caída deje un negocio sin operar y permite que la vida digital sea independiente del código postal.

Porque el futuro del territorio —su capacidad para retener población, impulsar actividad y generar oportunidades— se medirá, cada vez más, por su capacidad de estar conectado. Y esa capacidad, como recuerda Serenae, no debería depender nunca del lugar donde uno vive.

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